¿Quienes somos?

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Somos un grupo de actores y actrices tucumanos que hacemos teatro todos los días del año: producimos espectáculos, dictamos talleres e investigamos este arte en nuestra Casa Luján. Casa cultural, abierta todo el año y en constante crecimiento en el corazón de Villa Luján.


"QUIERO" analisis por BELEN AGUIRRE

“QUIERO” O EL DESDICHADO HEDONISMO DEL DESEO INCUMPLIDO


Somos el deseo que abrigamos (como un secreto, como una herida.) y la medida de nuestros sueños. En torno a esa idea gira, a mi juicio, “Quiero”, la última producción de Suvastateatro. Grupo que bajo la dirección de César Romero ya nos sorprendiera en ocasión de “Q.E.P.D” , su puesta anterior.

Las exploraciones narrativas y estéticas gozan en éste grupo de buena salud. Arte puro, consagrado y legítimo que indaga, sin detenerse en tratamientos meramente epidérmicos o en banales snobismos, en la profundidad del alma humana.

“Quiero” es un viaje de visos fuertemente metafísicos. Dadas ciertas condiciones espacio-temporales y humano-vitales el “YO” de tres de sus cuatro personajes emerge de las tinieblas de lo incomunicado para manifestarse en toda su grandeza, procacidad, vileza y vulnerabilidad. Porque de todo eso está compuesta el alma humana. Citando a Borges podríamos decir: “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”. Y el cielo-paraíso es siempre, o casi siempre, un espacio para la apertura, el abrazo, el llanto compartido, la potencia del sueño y el abrigo de uno en el seno de alguien. La fusión urgente y necesaria en un otro que nos sea lo menos adverso posible.
El paraíso es la no-soledad. La no- ausencia. La interactividad de naturaleza dialéctica funda el paraíso . (Sin Beatrice, por ejemplo, no habría Paraíso para Dante. Ni Dios). Y Romero no lo ignora.

Sinopsis:

Tres turistas arriban a una sencilla casa ubicada en las inmediaciones de un agreste Santiago del Estero (la banda sonora compuesta por chacareras bien telúricas delinea y metaforiza esa particular geografía). Los anima el convencimiento de que se trata de un hostel exótico y austero, erigido deliberamente por sus dueños en medio de la nada rural, en vistas al reposo más que al divertimento de sus huéspedes eventuales. Son Pamela Blusson (Claudina Leguizamón), Scotland Carpanchay (Ernesto Ardiles) y Juana Estefanía Montenegro (Analía Di Núbila Salerno). Proceden de una Europa lejana y civilizada, que ha cultivado en ellos el refinamiento lingüístico y relacional y un pueril gusto por lo desconocido. Cargan un discreto equipaje. “Por unos días”, se dicen mientras desempacan.
Su ingreso instala un doble extrañamiento. En nosotros los espectadores, claro. Pero también y especialmente en él, el Hombrecito (Sergio Chazarreta) que -minutos antes de la sorpresiva irrupción- husmea con sus dedos en una suerte de improvisado santuario hecho de velas, un par de aretes guardados en una bolsa…y un revólver.
Ante el impacto inicial y motivado por la posibilidad -hasta entonces impensada- de obtener un rédito económico a título de alquiler, el Hombrecito acepta a los intrusos e inicia lo que luego será un viaje sin retorno, atravesado por revelaciones, inseguridades, viejos secretos, carencias afectivas y fantasmas reales e imaginarios.

En la puja entre el sueño y el deseo habita el hombre…

Insisto: Somos el deseo que abrigamos (como un secreto, como una herida), y la medida de nuestros sueños. Hay un punto incierto en el que deseo y sueño se fusionan, traman alianzas indecibles y habitan los estadios más o menos conscientes de nuestra existencia: el fuero interno. Que es, por lo demás y casi siempre, infranqueable.
Nadie sino el soñador o el deseoso conoce el vigor, la textura y la profundidad de su sueño y su deseo.
Pero un oportuno y decisivo empujón puede precipitarnos a la confesión más descarnada. La palabra es el conducto del alma. La vía por la cual ésta se expresa, iniciando la puesta en escena, la visibilización de lo recóndito. Y la forma que asumirá esa confesión es la del relato.
El relato privado bien se aviene con la catarsis, siempre y cuando haya oídos que oigan.
Pero en términos generales la ocultación del deseo-sueño-secreto es un buen bastión para la defensa. Expresarlos puede ser tomado como una manifestación de debilidad.
Hay, sin embargo, una instancia en la cual la revelación de lo privado funciona como llave que habilita la pertenencia. Es el caso de lo ocurrido entre Pamela, Scotland y Juana Estefanía. Ellos conocen entre sí sus secretos. En una actitud de verdadera camaradería -por decoro o por amor- se cuidarán muy bien de no publicitarlos (hasta tanto ocurra lo contrario, claro).
Es el Hombrecito quien encarna el rol decisivo. Es componente dramático y catalizador potente que precipita la explosión y el develamiento identitario. Es entonces cuando los huéspedes comenzarán a hablar, a actuar de formas impensadas, poniendo en jaque las seguridades de su intelectualidad, decoro y buenas costumbres.


La Familia Afectiva:

Pamela, Scotland y Juana Estefanía representan -para cualquier desprevenido- una familia común; erigida sobre un vínculo de consanguinidad, y en la que Pamela oficia de madre, Scotland de padre y Juana de hija. Y el desprevenido en cuestión puede incluso (en un denodado intento por dotar de verosimilitud a todas las cosas) haber imaginado las precedentes nupcias entre los dos primeros.
Pero no, ni vínculo de consanguinidad ni lazo legal los une. Hay una fuerza superior que atrae y amolda a cuerpos y personas. La empatía. Sobre esa particular regla Pamela, Scotland y Juana Estefanía han fundado sus vínculos. Haciendo del amor y la desgracia una experiencia tribal. E insisto: instituyendo el secreto compartido como dato de pertenencia.
No existe, sin embargo, una quietud de índole esencialista en los roles que encarnan. Esa es la razón por la cual entre Pamela y Scotland el putativo vínculo marital puede devenir (y de hecho lo hace) en vínculo de hermandad. Abriendo paso a potenciales incestos simbólicos. Y Juana, la subordinada niña (supeditada por su excesivo candor al rigor del dominio de los adultos) trazar un camino ascendente hacia su madurez inesperada, milagrosa e independizadora.
Y justamente en esa “flexibilidad” radica la más aguzada sensibilidad de la puesta. Y la libertad como meta. Siempre.

El Viaje Metafísico. Un Teorema al revés

Dixit Edgar Pinter: “Para poder salir del encierro, tendrán que abrir las puertas hacia adentro”.
Esta frase, muy atinadamente utilizada como epígrafe de “Quiero”, es a la vez apología y síntesis de la pieza.
Pamela, Scotland y Juana Estefanía han emprendido un largo y agotador viaje. Pero permítanme sugerirles no detenerse en la superficie del viaje nominado (Europa- Santiago del Estero). Hay otro viaje. El más importante de todos. El viaje introspectivo.
Claro que resulta innegable el trayecto desde el viejo al nuevo mundo. Pero sólo en la medida en que ese viaje ha predispuesto al otro viaje. El de la búsqueda y el hallazgo en cada uno de los viajeros. Una extraña paradoja atraviesa la puesta: Viajar para encontrar algo que siempre estuvo adentro. Y es a propósito de ello que no puedo evitar pensar en aquél maravilloso relato de "Las Mil y una Noches" (narrado por Scheherezade al sultán Shahriar) sobre la historia de un joven que avisado por sucesivos sueños acerca de la existencia de un tesoro de descomunal valía sito en tierras lejanas, emprende un viaje en su busca. Tras dolorosas peripecias regresa físicamente menguado y aún más empobrecido. Hasta que la intuición lo lleva a desenterrar justo en su propia casa, donde finalmente halla el tesoro añorado. No ha sido, sin embargo, ni un necio ni un ciego por no haberlo descubierto antes. Ha debido experimentar las instancias de ese viaje para arribar a lo deseado. Y es que el camino hacia lo cercano es el más largo de los caminos.

Un teorema al revés…

La figura del “huésped” ha sido magistralmente abordada por Pier Paolo Pasolini en “Teorema” (novela y filme de coetánea publicación-estreno: 1.968). El huésped arriba (previo anuncio telegramático) al seno de una encumbrada familia milanesa. Su llegada marcará el inicio de la revelación y el paroxismo (diverso) de sus miembros. Su presencia (breve) en la mansión desencadenará en los miembros de la casa: la locura, el arte insatisfecho, la prostitución, la caridad pequeño burguesa y la santidad. Sembrada la potente semilla del amor, el huésped se va. Ha cumplido su misión de catalizador.

En “Quiero” el proceso develativo es inverso. Los huéspedes llegan de la vieja Europa a Santiago del Estero, y será el telúrico Hombrecito quien desencadenará en ellos la metamorfosis (sin que él se modifique ni en un ápice). El Hombrecito precipita a todos hacia la experimentación sexual, la zoofilia, la confesión y, en algunos casos, el abismo y la irreversibilidad. Pero es en Juana en quien prospera la inquietud de la libertad.

El relato catártico:

La confesión es un relato minado de recuerdos y notas al pie. Su articulación a través de la palabra oral sodomiza el oído de quien no quiera oír (Gombrowicz asoma) pero no es éste el caso. Contarnos, narrarnos a otro, nos cura.
Hay una base innegablemente terapéutica en el hablar (algunos escribimos). Pamela, Scotland y Juana Estefanía narrarán su alma en franca interpelación a los espectadores. Viejos dolores aquejan a sus frágiles vidas y se manifiestan: El abandono en el altar, la estafa sentimental (una herida que quizá un abrazo hubiese curado), lexotanil disuelto en leche para que el niño no oiga el zumbido de los aviones sobrevolando Malvinas (cuando un solo abrazo maternal hubiese bastado), una piel indefensa (no erotizada de afectos)…que un solo abrazo hubiese curado.

Juana “Epifanía”…

Así la he bautizado porque en su figura está cifrado el sentido último de “Quiero”. Querer es creer en la potencia de la propia voluntad. Es articular el deseo en pos de la concreción. Un querer incumplido es una herida que no cura el tiempo. Extremista hasta la médula y bellamente despiadado, ha escrito William Blacke en “Matrimonio del cielo y el infierno”: “Mejor es matar a un niño en una cuna que dejar deseos sin cumplir”.
Cuando el deseo deviene herida sólo la libertad, el amor y la palabra pueden salvarnos. La libertad es el resultado de un viaje introspectivo. Pero hay que saber viajar!. Hay que tener la valentía para recorrer los sinuosos recovecos de nuestra alma. Y Romero no lo ignora.


María Belén Aguirre